Las vidas de un seductor
Después de meses de trabajarla, por fin la llevé a Julia a cenar.
Fuimos, por supuesto, al restaurant más caro que pude encontrar.
Después de los postres, tuve mucho cuidado en tomar la taza de café de tal manera que el Rolex de oro fuera bien visible, y le dije:
- Llevo toda una vida esperándote.
Ella se acercó a la mesa brindándome una excelente vista de su profundo escote, me miró y me preguntó:
- Vos creés en la reencarnación?
Y sin agregar palabra, se levantó y se fue.